A recientes fechas se ha dado una renovación sobre los estudios marítimos en los que se ha intentado destacar el papel central, histórico y social de los espacios acuáticos para verlos como escenarios de procesos humanos y no como meras zonas de tránsito entre territorios, o bien áreas ajenas a los procesos de tierra adentro. En el marco de esas renovaciones, el Caribe ha sido frecuentemente considerado, surgiendo así proyectos e investigaciones que, desde distintos posicionamientos geográficos, miradas, fuentes, disciplinas y hasta propuestas metodológicas, han renovado no solo la historiografía de esta importante región marítima, sino también la forma de insertarla en las nuevas discusiones y perspectivas desde la historia global y de la interconectada. El libro coordinado por Manuel Gámez Casado y Alfredo Bueno Jiménez, titulado Un mar de encuentros: el Caribe: arte, sociedad y cultura (siglos XVI-XVII) abona a este proceso renovador.
Desde el inicio, los coordinadores del libro explican que las relaciones en torno al Caribe, y las diversas navegaciones europeas ahí practicadas, siguen dando de qué hablar, aunque hay temáticas que todavía ofrecen nuevas posibilidades por explorar. Por ello este trabajo colectivo intentó adherirse a nuevas miradas sobre este escenario marítimo partiendo de las articulaciones relacionadas con patrimonio artístico, arquitectónico, científico-tecnológico y cultural, en el marco de conflictos geopolíticos, expansiones, así como sistemas de protección y defensa abordados desde la perspectiva hispánica. Y aunque los coordinadores explican el interés que en este trabajo colectivo se ha puesto en el tema de la cultura material (que va desde objetos que circularon o se adaptaron a las realidades americanas como la vestimenta o las evidencias arquitectónicas), me parece que la riqueza de este proyecto también incluye discusiones sobre elementos intangibles de gran relevancia como son la circulación de informaciones, conocimientos y experiencias locales, los cuales fueron abordados desde registros iconográficos, cartográficos, prácticas librescas (como tratados) y relatos de administración o sociabilidades locales. Es decir que a través de estos temas el Caribe se evidencia como zona central de encuentros, de circulación de objetos y saberes, y por supuesto, de sociabilidades diversas.
Cuatro son los ejes en los que se han organizado los trabajos de este libro que parten de un intento por comprender la situación de la región Caribe desde los primeros avances castellanos; en segundo lugar se hace referencia a las relaciones sociales que se generaron; posteriormente se discuten las estructuraciones defensivas de la zona, la agencia de las poblaciones que interactuaban a lo largo de este espacio marítimo; y finalmente, se abordan temas sobre la circulación de experiencias y saberes que respondieron más a realidades caribeñas. La propuesta del libro se acerca a lo que explica Serge Gruzinski en su libro Las cuatro partes del mundo, donde el autor explica que los procesos de expansión ibérica del XVI se dieron a partir de la extensión de las instituciones metropolitanas, (que en este caso podríamos extrapolar al aspecto defensivo-portuario).1
El libro se compone de dieciséis capítulos organizados en las cuatro secciones antes referidas. Más que sintetizar el contenido de estos trabajos, me gustaría señalar las grandes temáticas que me parece se desarrollan, lo que me llevará a hablar de los trabajos de manera desordenada.
La primera temática a destacar es la que se relaciona con la circulación de conocimientos, experiencias e informaciones. Esto se analizó a partir de mapas, tratados, relaciones, entre otras fuentes, que dejan ver las sociabilidades que se establecieron, así como las que se crearon tras adecuarse a las realidades caribeñas. Ejemplo de ello es el mapa de 1560 sobre la provincia de los Arauca, estudiado por José María García Redondo, que fue usado en un conflicto de límites entre la Guyana Británica y Venezuela en el siglo XIX debido justamente a las narraciones (o recursos retóricos) contenidos en él sobre los procesos de avance, encuentros, registro e incluso intercambios que desde inicios del siglo XVI los castellanos tuvieron en la zona desde las islas del Caribe. El mapa incluye descripciones de los espacios recorridos, de eventos como un naufragio y posibles rutas a seguir para encontrar el mítico Dorado, lo que habla de un mapa dinámico en informaciones y experiencias que se construyeron paulatinamente y que se sintetizaron en este documento, siendo así un ejemplo de circulación de conocimientos. Por su parte Miguel Ángel Nieto centra su estudio en los mapas y dibujos de los ingenieros militares que comenzaron a mostrar los nuevos territorios americanos explorados, primero a partir de la recuperación de experiencias indígenas, aunque luego de las propias. El objetivo de su trabajo era generar nuevo conocimiento del medio geográfico, aunque con fines de gestión y administración, lo que reflejan una experiencia científica usada para llevar a cabo síntesis que además formaron parte de las maneras de retratar a los territorios americanos y sus diferencias, como este autor ejemplifica con el caso de las fortalezas de Veracruz, Campeche y Acapulco. Y en ese sentido, la circulación de conocimientos no se entendería sin la correspondencia oficial, como deja ver en su texto Rocío Moreno sobre los navíos de aviso de Cartagena de Indias, lugar que por ser escala de flotas se convirtió en punto nodal de informaciones tanto marítimas como terrestres. El estudio de la correspondencia, según explica la autora, permite ver formas en que se articularon y circularon informaciones en el marco de redes comerciales, no siempre autorizadas, que se estructuraron en el Caribe. Y tan relevante fue esa riqueza informativa que por ello fue un botín a capturar por parte de enemigos de España, como se vio en varios momentos en el caso de los ingleses. Y un tema más sobre la circulación de conocimientos se ve con nuevos proyectos de expansión tanto terrestre como interoceánica, que formaron parte de intereses mercantiles que llevaron a intentos por ocupar el Darién por parte de escoceses, como explican Antonino Vidal y Wilson Enrique Genao; la zona, como nodo interoceánico desde donde se podrían conectar el Atlántico y el Pacífico, había sido discutido previamente en diversas ocasiones, y la avanzada inglesa en Jamaica del siglo XVII permitió voltear la mirada a la zona y formular ideas de expansión comercial en un espacio ya usado por comerciantes y aventureros caribeños que asaltaban navíos españoles o comerciaban con indios de la zona, por lo que la avanzada planeada se basaba tanto en noticias de dichas experiencias así como en proyectos expuestos en otros momentos.
La segunda gran temática del libro se estructura en torno al sistema defensivo caribeño que se reflejó tanto en las navegaciones como en las fortalezas caribeñas. Estas últimas fueron edificaciones que, aunque ubicadas en puntos estratégicos terrestres, miraban más al espacio marítimo para articular y proteger las navegaciones tanto oficiales como particulares y que derivaron en la creación de una región. El funcionamiento de las fortalezas y las redes marítimas se adecuaron a los trabajadores y materiales locales, y evolucionaron dependiendo de múltiples factores como los financiamientos, la gente, el uso de espacio marítimo y su internacionalización, entre otros aspectos. En el caso de las navegaciones, Esteban Mira explica cómo se fueron conformando armadillas con las que se buscó proteger las rutas hispánicas caribeñas que al final derivaron en la Armada de Barlovento; pero lo interesante de este trabajo es ver qué discusiones y proyectos se generaron desde distintos puntos a proteger y que en realidad reflejan la manera en que se integró una región a través de sus mismos intereses defensivos discutidos desde Tierra Firme, Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo, y que además tuvieron que adecuarse a sus condiciones pues las experiencias metropolitanas, como el uso de galeras, no se adecuaba a las navegaciones americanas. En el caso de las fortalezas portuarias, Pedro Luengo analiza la relevancia de la familia Antonelli en la estructuración de distintas posiciones defensivas a lo largo del Caribe, y sobre todo el tránsito de esas edificaciones de las experiencias visuales medievales a estándares de modernidad e innovaciones técnicas, las cuales no se pudieron aplicar en los espacios americanos, ya que sus funciones se adecuaron a distintos lugares, a materiales locales, recursos, problemáticas, y sobre todo hicieron frente a contextos locales, como se vio con el caso del bosque con funciones sagradas que se consideró talar porque estorba a los fines defensivos, o bien el uso de Isla Sacrificios que al parecer tuvo funciones de culto. Para reiterar lo anterior, José Galindo explica las dicotomías que se crearon entre la teoría y la práctica al momento de edificar fortalezas y elementos defensivos como las murallas, de los cuales da diversas consideraciones sobre terraplenes, uso de materiales sólidos, dimensionamiento de los arcos y bóvedas para soportar bombas, así como el uso de ladrillo o piedra, temas que además se recuperaron de tratados, imágenes, saberes y oficios de la época. Caso similar lo explica Manuel Gámez al señalar la importancia del cuadrado abaluardado en las fortificaciones, aunque también señala que en el Caribe pronto se abandonaron las técnicas de tradición medieval pues se hizo necesario adaptar esas edificaciones a las condiciones locales, lo que llevó al uso de baterías asimétricas en plataformas para artillería, a fosos húmedos distintos, uso de perfiles irregulares, etc. Y para ejemplificar este tipo de fortalezas particulares y los cambios que tuvieron en el tiempo Ignacio López centra su estudio en Cuba y Santo Domingo; el autor explica la evolución de escuelas constructivas, así como discusiones sobre sus características en función al sistema de flotas con el que se vinculaban, mientras que en el caso francés los fines mercantiles que pronto aplicaron a sus asentamientos insulares llevó a priorizar la ocupación y uso de las costas como mejor medida defensiva, además de integrarlas a sus redes marítimas.
Un tercer gran tema se relaciona con la circulación de elementos relacionados con la cultura material que tuvieron significados de dominio y posteriormente de las identidades que se conformaban. Por ejemplo, Luis Rafael Buset centra su estudio en la vestimenta como modelo de estratificación, y muestra cómo la ropa fue elemento usado para establecer diferenciaciones sociales, además de ser mecanismo de control que pronto se extendió a los indígenas caribeños, ubicándolos en el nivel social más bajo, al que posteriormente también se integró la población esclava. Otro ejemplo de objetos que circularon y pronto cobraron sentido en el Caribe lo explica Adrián Contreras al estudiar la circulación de estampas religiosas en Cartagena de Indias usadas para inspirar nuevas pinturas, pero sobre todo explica la remisión de esculturas religiosas como elemento usado para insertar y dotar de sentido religioso a los nuevos espacios americanos, lo cual posteriormente cambió pues más tarde ya no fueron las autoridades, sino los particulares los interesados en adquirir dichas imágenes. Y ejemplo de ese tránsito y sus adecuaciones al mundo americano puede verse con el trabajo de Magdalena Vences sobre la forma en que las dinámicas devocionales del Caribe pronto integraron imágenes marianas que hicieron propias al ser relacionadas con la expansión marítima e incursiones militares, por lo que su uso sacralizaba los nuevos territorios y paulatinamente se les dio funciones específicas, como se ve con la virgen del Rosario patrona de los navegantes o de la Candelaria de la población esclava.
Un último tema a destacar es el de los estudios de caso, que permiten visualizar particularidades que abren la puerta para hacer replanteamientos a conocimientos generales (a veces poco rediscutidos) y que se hace a partir del uso de escalas de observación. Por ejemplo, el trabajo de Alfredo Bueno aborda el tema de las rebeliones indígenas en La Española durante las primeras incursiones hispanas, lo cual es relevante en cuanto a que obliga a no generalizar a las poblaciones locales y conocer los conflictos que mantenían entre ellos, así como las posteriores alianzas que intentaron establecer para resistir los embates castellanos; en especial, es relevante ver que la guerra no fue corta ni las poblaciones locales pasivas, como se ve con las acciones de resistencias que establecieron y que fueron combatidas con las primeras estrategias militares con caballos y perros llevadas justo para someter dichas resistencias. Y posteriormente la nueva administración de la isla es explicada por Enrique Gómez al estudiar el establecimiento de la encomienda en la misma Española por ser esta el primer asentamiento con instancias de gobierno hispano en el Caribe; el autor explicar las primeras acciones que se tomaron para administrar a las poblaciones indígenas, que antes transitaron por la esclavitud y posteriormente por el repartimiento, además de que se crearon diversas legislaciones para legitimar las mercedes de tierra y especialmente encauzadas hacia el sometimiento indígena y la obtención de fuerza de trabajo. En cuanto a temas defensivos, Nuria Hinajeros estudia la forma en que se integró tardíamente a Puerto Rico, y que pese a ser una isla geoestratégicamente relevante, no siempre contó con insumos defensivos por diversos problemas como la falta de financiamiento; no obstante, esa problemática fue constantemente referida por los peligros que se corrían y que en realidad los reportes hechos reflejan las articulaciones en las que se insertaba la isla, legales o no, y cuyas medidas defensivas se modificaron constantemente pues se adecuaron a las actividades marítimas de la zona. Así también, Lilyam Padrón estudia la situación del puerto de Santiago de Cuba como una zona que fue oficialmente abandonada en favor de La Habana, pero que sin embargo no quedó despoblada y más bien desde ahí se practicaron navegaciones de cabotaje; sus vecinos entonces quedaron a cargo de proteger la zona pues defendían también sus intereses, lo que llevó a insistir en solicitudes de protección oficial que finalmente se materializaron en un proyecto de fortificación.
En general, podría decirse que este trabajo colectivo abona al conocimiento de una región marítima de gran relevancia, como es el Caribe, en las articulaciones e incluso internacionalizaciones de las redes marítimas de la época moderna. Otro acierto de este libro es el de mostrar la necesidad de repensar posicionamientos y escalas desde donde se mira dicha región, no con la intención de ver más detalles sino más bien cosas distintas, lo que permitirá continuar innovando en el estudio de estos escenarios marítimos que, como inicialmente se dijo, son espacios históricos articuladores de sociabilidades que no son extensiones de los eventos terrestres.