En la última década, en el seno del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla y gracias a numerosos proyectos de concurrencia competitiva que alcanzaron financiación nacional e internacional, ha surgido un conjunto notable de monografías, capítulos de libro y artículos en los que, desde la disciplina de la Historia del Arte, se analiza con suma atención y rigor científico el extraordinario desarrollo de la arquitectura e ingeniería militar promovido por la Corona Española entre los siglos XVI y XIX en distintas partes de su vasto imperio, particularmente en Hispanoamérica. Este complejo asunto ha sido la principal —que no única— línea de investigación a la que el profesor Manuel Gámez Casado ha dedicado los máximos esfuerzos en los últimos años, dando como resultado la publicación de distintos trabajos en libros, obras colectivas y revistas del más reconocido prestigio, siendo el colofón a ello la monografía que ahora reseñamos.
En el volumen el autor emplea un esmerado lenguaje y desarrolla los contenidos de manera concisa, estructurándolos de forma clara y original, pues, aun cuando en todo momento se ciñe al periodo comprendido desde el inicio de la Guerra del Asiento (1739) hasta principios del siglo XIX, no presenta sus argumentos conforme a una división cronológica, sino puramente temática, interrelacionando todas sus aportaciones con suma eficacia y de manera global. Así, comienza estudiando las fortificaciones del Caribe panameño, concretamente las de Portobelo y San Lorenzo El Real de Chagres, trascendentales por cuanto su defensa garantizaba la unidad entre los dos principales virreinatos americanos, el funcionamiento de la red comercial hispana y la protección frente a los ataques de potencias enemigas. Hace especial hincapié en que los ingenieros Ignacio Sala y Manuel Hernández renovaron desde la década de 1750 los fuertes de Portobelo, apostando por una arquitectura imbricada con las irregularidades del medio, la cual pasaba desapercibida al adversario. Desecharon así las tipologías puramente geométricas tan en boga en los dos siglos precedentes. Para el autor este sistema defensivo constituye el paradigma de las renovadas ideas y técnicas constructivas que los ingenieros castrenses aprendían en las academias.
Prosigue con la arquitectura militar del Caribe santafereño y en especial con la de Cartagena de Indias, por resultar, junto con La Habana, el enclave de Hispanoamérica con mayor número y calidad de fortificaciones, amén de que los mejores ingenieros de la Corona trabajaron allí, caso de Juan Bautista Mac-Evan o de Antonio de Arévalo (entre otros). El autor destaca la importancia de este último por resultar un paradigma de la flamante ingeniería militar que llega a Nueva Granada en la segunda mitad del siglo XVIII, revolucionando el panorama constructivo del reino. También presta atención a las defensas de Santa Marta, si bien estas se hallaron supeditadas a la importancia estratégica de Cartagena.
A continuación, dedica un capítulo a la Capitanía General de Venezuela, que experimentó un sobresaliente desarrollo político, económico y social a lo largo del siglo XVIII, gracias, entre otros motivos, a la irrupción de la Real Compañía Guipuzcoana en el panorama comercial y a la creación de distintos cuerpos militares que facilitaron el control del contrabando ante las potencias extranjeras y los líderes tribales. Los ingenieros militares se preocuparon de proteger los puertos utilizados por la Real Compañía, diseñando para ello sus sistemas defensivos, resultando verdaderamente singulares los de Maracaibo, La Guaira y Puerto Cabello.
Gámez Casado continúa su obra estudiando la evolución de los modelos utilizados en las fortificaciones de Nueva Granada, donde el sistema abaluartado fue decayendo conforme avanzaba la segunda mitad del siglo XVIII. Así, surgieron los baluartes con orejones o «a la moderna». Defiende asimismo que los fuertes españoles del Caribe son, en su mayoría, consecuencia de la adaptación de unos principios teóricos de raíz abaluartada a un territorio complejo y muy diferente al europeo —con el que los ingenieros estaban más familiarizados—. Además, subraya que el cuadrado abaluartado continuó vigente hasta finales del XVIII aun cuando esta estructura tenía su origen en el quinientos, destacando por último que menor desarrollo tuvo el fuerte pentagonal.
El capítulo sexto resulta uno de los más sugestivos por cuanto profundiza en el papel desempeñado por los ingenieros militares en la pacificación indígena, actuando ante las tribus como representantes del poder virreinal. La narración de las expediciones que lideraron y sus tratos con los líderes tribales resultan de lo más llamativo y atractivo de la obra. Este asunto cobra mayor relevancia si se tiene en cuenta que hasta la fecha había sido obviado por la historiografía. Con motivo de dichas incursiones, el autor plantea cómo estos militares llevaron a cabo proyectos urbanísticos de ciudades y pueblos ex novo, diseñando todo tipo de arquitecturas que trascendían su mera función ingenieril, caso de aduanas; almacenes; hospitales y lazaretos; e incluso edificios religiosos como iglesias y catedrales. No faltando, por descontado, los puentes, cuya delineación les concernía per se. En muchas ocasiones cumplían esta función de tracistas debido a la falta de arquitectos cualificados, hecho que explica su continua movilidad por todo el territorio y el gran conocimiento del medio en el que trabajaban.
En el noveno capítulo vuelve a incidir en el papel político jugado por los ingenieros, destacando que resultó frecuente que en la segunda mitad del siglo XVIII ocupasen puestos relevantes en la administración, cubriendo así la carencia de personal experimentado en labores de gobierno y mando. También los hubo insurgentes respecto al dominio hispano, caso del criollo Manuel de Anguiano, asesinado en 1816 tras ser acusado de apoyar la independencia cartagenera. En el último capítulo analiza la imagen que el imperio español quiso ofrecer a través de la arquitectura del poder, cobrando especial protagonismo las sobrias y recias portadas de raíz clasicista que se abrieron en los distintos fuertes caribeños.
En definitiva, las numerosas e inéditas aportaciones, hipótesis y conclusiones que Gámez Casado realiza a la historiografía de la arquitectura hispanoamericana, así como a la biografía y carrera profesional de algunos de los más ínclitos ingenieros militares de los siglos XVIII y XIX, es verdaderamente inconmensurable. Tras ello se advierte una tenaz y minuciosa labor de investigación de más de un lustro por distintos archivos y bibliotecas nacionales e internacionales. Los magníficos resultados obtenidos sobresalen todavía más gracias a su clara estructura, a su precisa y rica escritura y al amplísimo aparato gráfico que ilustra brillantemente la obra, compuesto por casi dos centenares de fotografías, mapas y planos. Todo ello contribuye a que el libro resulte tan serio como atractivo, de ahí que haya que felicitar al autor por su genial contribución y exhortarlo a que continúe deleitándonos con más producción científica de tan alto nivel.