Anuario de Estudios Americanos 81 (2)
ISSN-L: 0210-5810, eISSN: 1988-4273
https://doi.org/10.3989/aeamer.2024.2.39

Reseña de / Book Review of: Géal, Pierre; Martínez, Sebastián; Palamara, Graziano y Rojas, Daniel (eds.), Una modernidad política iberoamericana. Siglo XIX. Formación, relaciones internacionales y representaciones de la nación, Madrid, Marcial Pons / Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2022, ISBN 978-84-1381-479-7, 219 pp.

 

En general, cuando pensamos en la modernidad política concebimos los procesos de cambio que llevaron a la transición del Antiguo al Nuevo Régimen. Para explicarlos nos vienen enseguida a la memoria elementos como: nación, soberanía, representación, igualdad ante la ley, independencia, libertad frente a las trabas estamentales, separación de poderes o derechos individuales, entre otros. Todos ellos dieron origen a las nuevas sociedades liberales en el siglo XIX a un lado y otro del Atlántico. Sabemos que no se trató de un proceso trazado de forma teleológica y que no hubo una única forma de dejar atrás el viejo orden. Sin embargo, quizá por inercia, la fuerza explicativa del paradigma revolucionario sigue teniendo peso en nuestras perspectivas analíticas. A veces más del que nos gustaría reconocer. No siempre es fácil cuestionar ciertos axiomas sobre un tema con tantas implicaciones históricas e historiográficas como el de la modernidad política. El volumen que reseñamos plantea el reto de explorarla desde sus distintos y cambiantes sentidos. Los editores parten de los aportes realizados desde diversas tradiciones académicas para avanzar su propuesta interpretativa. Sostienen con argumentos elaborados que la modernidad se conformó en el espacio iberoamericano en una cronología más amplia de la habitualmente supuesta, proyectándose hasta bien avanzado el Ochocientos. En buena medida, asumen implícitamente que las grandes transformaciones se dieron a ritmos desiguales en el periodo que Koselleck denominó Sattelzeit (1750-1850). Desde luego la fase no se cerró del todo en ese segmento temporal, pero fue entonces cuando se operaron variaciones trascendentales en la cultura política occidental.

No caben dudas de que fue un tiempo de experimentación abierto a tantas posibilidades de futuro como alternativas para imaginarlo. La contingencia fue su principal característica y la que lo dota de un especial interés para las investigaciones. Por supuesto, en ese laboratorio no cabe obviar el papel que desempeñaron los movimientos de respuesta a la revolución. De otra forma podemos incurrir en la ilusión de que la modernidad solo fue el resultado de quienes apostaban por las reformas, cuando en realidad sabemos que se trató de una variada conjugación de factores y fuerzas en constante diálogo. La tradición liberal y las teorías de la secularización crearon un potente marco interpretativo que se ha venido cuestionando en las últimas décadas para proponer miradas más completas y complejas sobre el asunto que nos ocupa. El mérito de esas aportaciones ha consistido en demostrar la gran capacidad de los reaccionarios para resistir, renovarse, evolucionar y conseguir un lugar protagonista en los nuevos contextos. Sus aportes a la construcción de la contemporaneidad, desde unas particulares coordenadas ideológicas, están cada vez más constatados. Sobre esas premisas, el nacimiento del mundo moderno del que hablaba Christopher Bayly, en el que los editores reparan, necesariamente ha de contemplarse admitiendo que los revolucionarios y sus opuestos contribuyeron a ello a su manera. Se abre así un horizonte para la compresión de las rupturas y continuidades con mayores posibilidades de lectura.

La obra se estructura en dos secciones. La primera se refiere a los procesos de independencia, la emergencia de las nuevas naciones y la reconfiguración de las relaciones internacionales. Los trabajos que la integran parten de la renovación que se ha operado en dichos campos de estudio en el marco de los ciclos bicentenarios que, entre 2008 y 2022, han ido jalonando las agendas historiográficas iberoamericanas. En términos generales, puede afirmarse que se han abandonado las viejas concepciones nacionales de la historia para explorar los distintos casos a partir de las problemáticas comunes que les atañeron. Desde los años noventa del siglo pasado, los abundantes estudios sobre la proyección americana del liberalismo gaditano han puesto de relieve la importancia de los cambios que comportó, así como sus insuficiencias a la hora de responder a las crecientes demandas del criollismo. Carla Pedicino menciona al respecto las repercusiones que tuvo la cultura doceañista en la transformación de las reivindicaciones autonomistas en alternativas de secesión. A inicios de la década de 1820, durante el Trienio Liberal, se puso de relieve la incapacidad del liberalismo español para aceptar la descentralización de la monarquía. Ello tuvo incidencia tanto en los territorios que aún permanecían fieles a ella como en los que se encontraban en guerra. En México implicó la consumación de la independencia por medio de un amplio movimiento que consiguió aglutinar a los descontentos con el régimen hispano. Manuel Chust y Joaquín E. Espinosa exponen que el pronunciamiento de Rafael Riego sentó un precedente que después tuvo eco en el de Agustín de Iturbide, con la reseñable diferencia (que a veces se omite o atenúa) de que este contó con los serviles para impulsar su plan. Dicho militar renegaba de la Constitución gaditana, pero lo cierto es que ese código fue el primero de la naciente entidad política y se mantuvo vigente durante la práctica totalidad del Primer Imperio. Su influencia se dejó sentir también entonces en la Constitución de la República de Colombia (1821). Sobre esa base, Sebastián Martínez repara en las dificultades para consolidar el Estado, administrar el territorio y mantener la unidad en un espacio conflictivo y con grandes diversidades sociales y políticas. Integrar a las zonas periféricas fue un desafío que se prolongaría en el tiempo.

Asimismo, la revolución liberal tuvo sus efectos en el área luso-brasileña, de la cual se ocupan en diferentes estudios Daniel E. Rojas y Teresa Nunes. El primero reconstruye las piezas que dieron forma a un proyecto confederativo que aglutinara a las naciones emancipadas para afrontar la amenaza reconquistadora que supuso la restauración absolutista de Fernando VII en 1823. Nunes explica que, a partir de ese momento, los gobernantes de Portugal se vieron obligados a mirar con mayor precaución en un doble sentido: tanto hacia el Imperio brasileño como a su país vecino. Bajo la sombra de la Santa Alianza, la guerra civil condicionó la recuperación económica y supuso un elemento de inestabilidad política y diplomática hasta la década de los cuarenta.

La segunda parte del volumen se centra en las representaciones de la nación a partir de distintos planos de análisis. En todos los estudios se evidencia que fue un campo de controversia política, cultural y simbólica. Nadie puso en duda la existencia de la nación, pilar de la modernidad, pero sí encontramos profundas discrepancias y ambivalencias en la forma de entenderla. Giovanna Scocozza atiende a la conocida figura de Donoso Cortés, quien transitó desde el liberalismo moderado hacia la reacción a raíz de los sucesos de 1848. Para este solo la religión garantizaba el orden y podía salvar a la civilización occidental de las furias revolucionarias enviadas por Dios para castigar los excesos. España debía ser la abanderada de la cruzada regeneradora porque su seña identitaria era el catolicismo. Frente a esta perspectiva tradicionalista, los liberales peninsulares buscaron cimentar las bases de la nación en otras raíces históricas. Pierre Géal rastrea los proyectos de Panteón para introducirse en las polémicas que hicieron muy difícil consensuar una nómina de héroes patrios. Sin embargo, no puede hablarse en términos de fracaso porque las distintas propuestas y tentativas examinadas revelan su potencial nacionalizador. Además del papel que jugó el Estado, desde la sociedad civil se difundieron con eficacia discursos e imágenes con un fuerte contenido identitario. La disputa por los héroes patrios fue algo común en el espacio iberoamericano porque suponía una reflexión política sobre el presente en construcción. En el caso chileno, Gabriel Cid explica las mutaciones que se dieron en el Panteón nacional para pasar de la idealización de los mapuches al culto de los próceres independentistas. A partir de los años treinta los primeros empezaron a ser vistos por las élites como un pueblo peligroso y bárbaro, de modo que se dio un cambio en los imaginarios, aunque se mantuvo el componente antiespañol. Sabemos igualmente que la literatura fue otro ámbito importante en la elaboración de las narrativas patrias. Al respecto, Mariarosa Colucciello propone una lectura de la afamada novelista bogotana Soledad Acosta de Samper en la que las cuestiones de género se entrecruzan con el tema histórico-nacional. En un tiempo ambivalente, en el que imperaban los discursos sobre la domesticidad femenina, la escritura se convirtió en una plataforma desde la que mirar al porvenir.

En suma, estamos ante un conjunto de contribuciones que retoman temas y problemas en parte conocidos, aunque ahora abordados desde la preocupación compartida por explorar las dimensiones del paso hacia el mundo contemporáneo. Si bien algunos autores han sugerido evitar las referencias a la modernidad, por las limitaciones que puede conllevar un enfoque demasiado orientado en las rupturas revolucionarias, concordamos con los editores en que se trata de un marco analítico que sigue resultando operativo, pero siempre que se tomen las prevenciones metodológicas oportunas.