Introducción
⌅En 1544, algunos de los más poderosos encomenderos del territorio peruano se unieron en un levantamiento liderado por Gonzalo Pizarro, hermano del difunto conquistador Francisco Pizarro.1
Toda esta situación provocó un profundo resentimiento entre gran parte de la población. Aunque escasas, algunas voces críticas se alzaron contra la actuación de La Gasca, y este artículo desea poner el foco en una de ellas, la de Alonso de Medina, soldado participante del episodio, quien no dudó en denunciar al Pacificador en lo que podemos considerar una de las primeras muestras documentadas de literatura de protesta satírica colonial peruana de corte sociopolítico.
Medina es el autor de varios escritos dedicados a La Gasca, entre los que figura una caricatura suya, probablemente la primera caricatura política del virreinato conocida hasta la fecha. Un análisis contextualizado de Medina y su obra nos posibilitará observar la actuación del Pacificador tras el conflicto pizarrista —particularmente con los encomenderos— de una manera inédita. Alonso fue testigo y partícipe de uno de los periodos más complejos de la historia, como es la conquista y colonización del territorio americano. Su trabajo nos permite acercarnos a este convulso periodo desde una mirada sin censura, oportunidad que suele ser esquiva. En un periodo donde la escritura no solo ayudaba a dejar por escrito las hazañas para solicitar futuras mercedes, sino que también tenía una función social y política central, la afilada y desvergonzada pluma de Medina posibilita conocer con detalle diversos aspectos sociopolíticos, económicos o tendencias culturales, así como el sentir de la población con respecto a importantes hechos clave que estaban aconteciendo, tales como las guerras almagristas, la rebelión pizarrista, los desatinos y corruptelas de los gobernantes y la elite encomendera, el recién descubierto Potosí, o la dramática situación de los naturales. De este modo, nuestro propósito será tanto observar dichos aspectos, de la mano de los escritos de Medina, como evaluar la relevancia de estos como manifestación de literatura satírica colonial.
Aprovechamos para señalar que no es nuestro objetivo realizar un estado de la cuestión y análisis exhaustivo de los aspectos literarios o lingüísticos de la obra de Medina, lo que, por otro lado, escapa de las posibilidades y límites de este texto. No serán examinados con detalle los apasionantes textos llenos figuras retóricas, modismos e incluso quechuismos. Dados nuestros límites, la muestra de la obra de Medina será necesariamente parcial y con mayor énfasis al tema de la actuación de La Gasca en los repartos, aunque no dejaremos de llamar la atención sobre otros temas de interés que, consideramos, suponen sugerentes y prometedores caminos para futuras investigaciones desde la historia, la literatura u otras disciplinas.3
El desvergonzado Alonso de Medina. Un acercamiento a su trabajo y vida
⌅En 1549, Alonso de Medina, refugiado en el Monasterio de Santo Domingo de Arequipa, escribía a Pedro de La Gasca quejándose amargamente sobre la injusta situación que estaba atravesando, ya que a pesar de haber apoyado al bando real durante el alzamiento pizarrista, no solo no había sido recompensado como él esperaba, sino que el Pacificador había ordenado su persecución y castigo: meterle «en un navío atado a buen recaudo con grillos y cadenas» o, en caso de no haber barcos, ahorcarle. Medina señalaba que el motivo eran las misivas que había enviado al licenciado La Gasca. Sin embargo, en un intento de evitar tan fatídico destino, Medina le escribía, nuevamente, solicitando perdón y alguna merced. A cambio ofrecía información de los delitos de sus vecinos arequipeños y otros habitantes del virreinato: «bien se yo que si V. S. me diese comisión, V. S. se maravillara dello y dijera que era más de lo que Medina hablaba».4
La información que tenemos acerca de Alonso de Medina es escasa, ya que no aparece en los principales diccionarios o estudios biográficos de conquistadores tales como lo de José Antonio del Busto, Manuel de Mendiburu, o James Lockhart, por lo que creemos que no habría estado presente en los principales acontecimientos bélicos o tenido una participación destacada. Asimismo, no creemos que Alonso de Medina sea un pseudónimo, ya que en las cartas donde solicita mercedes consta dicho nombre.5
Medina apenas hace declaraciones sobre su vida personal. Parece que no estaba casado, ya que solicitaba una tutoría en forma de matrimonio con una viuda encomendera, aunque declaraba que tenía varios hijos, seis, presumimos que ilegítimos.6
Medina, también informaba de su servicio bajo las órdenes de Hernando de Almonte e indicaba haber apoyado a La Gasca durante la sublevación pizarrista declarando haber recibido solo una merced de «ocho anaconas [sic yanaconas], que habían salido inciertos, debido a malas cuentas».9
La naturaleza de los negocios de Medina le habría llevado por varias ciudades, permitiéndole conocer a los principales vecinos que más tarde serían acusados en sus escritos. Sin embargo, parece que en la ciudad donde más tiempo había residido y de la que más información poseía era Arequipa, donde se hallaba refugiado.12
Los vecinos a gritos tras de mi diciendo que yo escribía dellos sus males que hacen robos y agravios en esta cibdad, así a los indios como a los españoles, como a pobres, como a ricos […], y viene Luque y llama a cabildo, y juntanse todos y abrenlas y leenlas y publicanlas, y dice Cornejo que él dará dos mil pesos y que me saquen y me azoten; dice Martin López que él dará dineros y que vengan a sacarme; dice Noguerol de Ulloa que me ahorquen y que él dará dineros […] el capitán Cáceres y los demás, con sus votos y paresceres dicen que no.14
Lo que no sabemos es si el delito de Medina eran solo sus escritos o si también había sido acusado de secundar a Pizarro. No descartamos esta posibilidad, ya que Medina señalaba que el licenciado Andrés de Cianca estaba involucrado en su persecución y este había sido uno de los encargados de listar y condenar a los rebeldes.15
Sobre la obra de Alonso de Medina
⌅Se han conservado diez cartas de Alonso de Medina dirigidas a Pedro de la Gasca solicitando mercedes, y siete escritos, que han sido calificados como memoriales, en los que el autor osaba denunciar con poca mesura la, en su opinión, nefasta actuación del Pacificador, así como los supuestos delitos de un gran número de conquistadores y encomenderos del virreinato peruano. Medina incluso se había permitido realizar una caricatura, quizás la primera de corte político de la que tenemos constancia en Perú, retratando los ilegales negocios entre La Gasca y el arzobispo Jerónimo de Loayza, y que veremos más adelante con mayor detalle (Figura 1). Toda esta documentación habría sido producida durante el citado encierro en el monasterio. Desafortunadamente, las cartas enviadas previamente a La Gasca, y otros escritos, no habrían sobrevivido.
La primera transcripción de la obra de Medina fue realizada por Juan Pérez de Tudela y recogida en su trabajo Documentos relativos a don Pedro de La Gasca y a Gonzalo Pizarro.17
Después de la muerte de La Gasca sus papeles, que estaban en el convento de San Bartolomé de Cuenca (Valladolid), fueron trasladados a Madrid. Por otra parte, según el historiador Rafael Loredo, a finales del siglo XIX, Marcos Jiménez de la Espada habría tomado prestados dichos documentos relativos a La Gasca y Pizarro de la Biblioteca de Madrid. El historiador se los llevó a su casa para trabajar con ellos, sin embargo, su muerte acaeció antes de concluir la labor. Tras su fallecimiento, en 1925, los herederos encontraron esta documentación entre sus pertenencias y la vendieron sin conocimiento de la Biblioteca Nacional a los Maggs Bros., responsables de una de las librerías anticuarias más antiguas del mundo, e intermediarios del Sr. Huntington.
Como señalamos, en 1964, Pérez de Tudela fue el primero en transcribir la obra de Medina, sin embargo, esta no fue objeto de análisis. Asimismo, su reproducción estaría incompleta ya que omite, entre otros, la mención o reproducción de la caricatura, algo incomprensible, debido a su particularidad e importancia.19
También desde la literatura y los estudios culturales encontramos trabajos sobre Medina, siendo el más destacado el de la lingüista Rosario Navarro, quien tiene dos trabajos: un artículo en el que hace una aproximación a los textos y una breve monografía, publicada un año después, con una cuidada edición de estos.21
Respecto a la tipología, fue Pérez de Tudela, quien dividió su obra en cartas y memoriales, clasificación acogida por el resto de autores mencionados. Tormo y Woyski, si bien mantienen la denominación de las misivas, cuestionan la de los memoriales y los denominan «ensayos críticos» con ataques a La Gasca y dirigidos a la Justicia Divina. Sin embargo, en sus conclusiones se retractan aduciendo que el ensayo es un género literario posterior, pero que el término memorial es «demasiado nebuloso».24
Para Rosario Navarro Gala «los diálogos podrían caber bajo el marchamo de memorial en la época en que fueron escritos».25
Por nuestra parte, si bien estamos de acuerdo en considerar las cartas como tales, y las insertaríamos en el ámbito de la solicitud de mercedes, discrepamos de la calificación del resto de textos como memoriales. No encajarían en dicha categoría por diversos motivos, siendo el principal que, en este ámbito de gracias, el memorial era un escrito en que se pedía una recompensa, alegando los méritos para ello. Su definición en el diccionario de autoridades apunta a tal fin al señalar que sería «el papel o escrito en que se pide alguna merced o gracia, alegando los méritos o motivos en que funda su razón».27
Consideramos que los denominados memoriales de Medina serían más bien textos de carácter satírico, entre los que hallamos incluso breves autos teatrales, destinados a censurar la actuación de La Gasca, a través de recursos como diálogos entre personajes alegóricos, en este caso la Justicia Divina y Terrenal, o las Ciudades del virreinato peruano. Reiteramos que solo las denominadas cartas por Pérez de Tudela formarían parte del campo de solicitud de mercedes.
Respecto a lo indicado por Navarro, en cuanto que los llamados memoriales tendrían un carácter petitorio, que se reflejaría en verbos como pedir, rogar o suplicar, consideramos que dichas expresiones serían más bien parte de una retórica y recursos literarios como el lamento y súplica, o la captatio benevolentiae. Tampoco creemos que Medina planeara entregar dichos textos en mano a La Gasca. Lo que no descartamos es que hubieran podido llegar a esparcirse por Arequipa y otras ciudades del virreinato, a imagen de otros libelos satíricos. Es así que nuestra propuesta sería mantener la denominación de cartas y modificar la de memoriales por manuscrito y añadir su temática para su identificación.
¿Un autor satírico de protesta política?
⌅La práctica de la sátira en la América colonial se remonta a los orígenes de la conquista.29
Otro temprano autor colonial sería Juan del Valle y Caviedes, quien vivió y censuró la Lima del siglo XVII a través de una prolífica serie de textos no solo satíricos, ya que escribió poemas de diversa temática.31
Antes de comenzar, sería de utilidad aproximarnos al concepto de sátira, el cual ha sido definido como una composición en verso o prosa, cuyo objeto sería censurar o ridiculizar a alguien o algo. Para Linda Hutcheon su finalidad sería corregir, «vicios e ineptitudes del comportamiento humano ridiculizándolos», siendo dicha intención correctora ingrediente central.34
Por su parte, en su Lima Satirizada, Lasarte señala que la definición de sátira sería una discusión irresuelta de larga data, tanto en sus aspectos formales como temáticos, ya que esquivaría la posibilidad de «una fijación transhistórica o descontextualizada».36
Al observar la obra de Medina, podemos observar que sus escritos, particularmente los mal llamados memoriales, cumplirían con las premisas expuestas. Tanto su temática, como su intención correctora/censuradora, y las herramientas empleadas para llevar a cabo su cometido —como los juegos de palabras, la hipérbole, la parodia, ironía o ridiculización e, incluso, las caricaturas—, la insertarían en el campo de la literatura satírica, aunque consideramos que, en su caso, la actitud ética o moral prevalecería sobre la burla. Finalmente, sus textos presentarían otra de las principales características de la sátira política: una dimensión pragmática, estrechamente ligada a circunstancias históricas concretas, y combinada con críticas más generales.39
El recurso a los personajes históricos permitiría al autor satírico establecer un vínculo inmediato con la sociedad limeña en general, además de que dichas circunstancias concretas serían tanto el motivo del origen de estas obras como su hilo conductor.40
Estas alusiones particulares, que normalmente se realizan de forma velada, podrían causar problemas para identificar a los protagonistas o el sentido de lo dicho. Solo un conocimiento profundo del contexto permitiría al lector entender todas las referencias. Un ejemplo lo podemos encontrar en la obra de Medina cuando, al criticar los malos tratos de las encomenderas a sus naturales, se lamenta de que: «están viudas en este pueblo gordas y frescas, cargadas de indios y oro y plata, y llamando a los naturales perros, que sois mis esclavos, matándolos por mucho maíz […] mordiéndoles las narices, sacándoles de cuajo las orejas y matándolos a chapinazos».42
Denuncia y sátira frente a repartos fraudulentos
⌅Como hemos señalado, uno de los más duros críticos de la actuación de La Gasca, especialmente en los repartos, fue Alonso de Medina. A través de atrevidos textos con ingeniosos dichos populares y exaltados diálogos, unas veces entre la Justicia Divina y la Justicia Terrenal, y otras entre las principales ciudades del virreinato peruano, Medina realizó duras acusaciones y reproches al Pacificador, varios encomenderos, e incluso al arzobispo de Lima. Para comprender de manera contextualizada su obra realizaremos un breve acercamiento a la citada rebelión pizarrista y los repartos de La Gasca.
Aunque creadas en 1542, no fue hasta 1544, que los encomenderos se unieron contra la aplicación de las Leyes Nuevas en un levantamiento liderado por Gonzalo Pizarro. Ante la nefasta situación, y aun antes de conocer la muerte del virrey Núñez de Vela44
Para facilitar su cometido, La Gasca fue investido con diversos poderes que le autorizaban, entre otros, a castigar civil y criminalmente o a usar de manera ilimitada el Tesoro Real.47
A pesar de que Guillermo Lohmann señala que fueron «convicciones inmutables», como un sentimiento monárquico y el respeto a Carlos V como representante legítimo del poder, los que facilitaron el triunfo de La Gasca,51
Hay que considerar que este habría sido un proceso simbiótico en el que la Corona también se beneficiaba acabando un peligroso conflicto en ultramar por vía pacífica y sin excesivos costos materiales. Del mismo modo, se lograba desarticular el poderoso núcleo pizarrista, asunto prioritario para la Corona.52
La Gasca persiguió y castigó a los sospechosos de colaboracionismo pizarrista a lo largo de todo el territorio peruano.53
Para concretar el reparto La Gasca salió el 11 de julio de 1548 desde Cuzco hacia Guaynarima, junto con el arzobispo de Lima, Jerónimo de Loayza, y el escribano Pedro López de Cazalla ante quien pasaría el reparto y que tenía registro de los pasados.55
El 14 de agosto, se finalizaba el reparto en el que se proveían más de un millón de pesos en rentas de repartimientos.57
No es difícil intuir las razones que habrían llevado a La Gasca a obrar de este modo. Como señalamos, algunos de los principales beneficiados eran muy cercanos al clan Pizarro, como Diego de Mora, Pedro de Hinojosa,
Alonso de Cáceres o Sebastián Garcilaso de la Vega. Varios de estos conquistadores, además de tener gran experiencia militar y amplios recursos económicos, disponían de importantes redes clientelares por lo que, además de haber sido vitales para derrotar a los rebeldes, podían ser susceptibles de liderar o secundar nuevos levantamientos si no eran agraciados con una encomienda o si eran despojados de las que tenían. Quedaban relegados soldados de baja extracción y/o menor influencia cuya actuación no había sido tan destacada, o que no suponían un peligro a largo plazo. En este grupo estaría Medina.
Temeroso de los problemas que suscitaría el reparto, La Gasca encomendó distribuir el monto en metálico al mariscal Alonso de Alvarado, Diego de Centeno, el provincial de los dominicos y el arzobispo Loayza, a quien, además, encargó la misión de hacerlo público, por ser «de mayor respeto y autoridad que su persona». El arzobispo recibió la misión con «conjoxa de las importunidades y pesadumbres que creía que habría de rescibir»,60
La Gasca pidió no hacer público el reparto hasta seis días después de su salida del Cuzco y que, previo al mismo, se leyera una carta en la que, a modo de un Solón indiano, declaraba haber actuado «con la mayor justicia e igualdad que se pudo hacer con desvelarse de noche y de día en pensar los méritos de cada uno». El licenciado pedía que se «contentasen y satisfaciesen», incluso aquellos que no habían recibido nada, y que recordasen que «hubo menos paño de lo que él había querido para poder dar». Finalmente, prometía continuar dando mercedes, señalando que todo lo que fuese vacando sería inmediatamente proveído y que, hasta que ellos estuvieren ricos, no dejaría entrar a nadie en el territorio peruano.62
Previendo motines dio órdenes en el Cuzco, Charcas y Arequipa de que se reprimiera de manera estricta cualquier bullicio: «con la codicia inmoderada que hay en la tierra, todo es poco para obviar la desgracia de los que no reciben nada».63
Al informar al Consejo de Indias, La Gasca, minimizaba los disturbios enfatizando, por otro lado, los satisfactorios resultados de su gestión financiera, particularmente en Potosí. Asimismo, aprovechaba su misiva para solicitar permiso para regresar a España lo antes posible, y hacía hincapié en la necesidad de un nuevo gobernante, siendo su presencia inútil, ya que en la contienda había tenido que dialogar y tener «familiar conversación» con los participantes, lo cual le había restado respeto.65
Antes de abandonar Perú en enero de 1550, La Gasca hizo un segundo repartimiento. Ante la noticia, un gran número de soldados llegó a la capital esperando su recompensa. Sin embargo «viéndose el licenciado tan apretado y confuso de los ofrecimientos que había hecho» salió a hurtadillas dejando a los oidores un sobre sellado junto con la orden de que, al igual que en Guaynarima, el reparto no se hiciera público hasta doce días después, en previsión de posibles motines. Según el cabildo este reparto ocasionó tantas o más quejas que el primero porque «resultó acabarse la esperanza de sus pretensiones».66
Además del cabildo, otras voces se hacían eco del descontento hacia los repartos, como el cronista Francisco López de Gómara que, desde la metrópoli, indicaba que: «unos se quejaban de Gasca porque no les dio nada, otros porque poco, y otros porque lo habían dado a quien desirviera al Rey y a confesos, jurando que lo tenían de acusar en el Consejo de Indias».67
Entre esos descontentos habría personajes tan conocidos como el mariscal Alonso de Alvarado, quien fue uno de los grandes perjudicados a pesar de haber sido la mano derecha de La Gasca a lo largo del alzamiento.68
Medina, a través de su Justicia Terrenal, se quejaba amargamente de la actitud de La Gasca quien habría dado mercedes «a traidores y deja traidores con indios en la tierra».71
Un obispo que sabe conocer la plata y el oro y está lleno de codicias, que no le hartarán con ponelle en la boca las minas de Potosí porque tiene vara y media de pescuezo [...] aunque le den todo el oro y plata que hay en la tierra no le basta porque quiere aprovecharse para llevar a la otra vida […] que tiene dientes y quijadas, como camello muerto de hambre, como lagarto que no ha comido tres días […] que cuando comienza a mandar no se harta.72
A través de la Justicia Terrenal, Medina señala que era vox populi que el arzobispo habría orquestado el reparto para beneficiarse, comisionando un porcentaje por cada encomienda concedida o ratificada a aquellos que mejor podían pagarla:
Y todo el enojo de este obispo que tenía conmigo era que le quitaba la contratación de lo que había de ganar en trocar las cédulas [de encomiendas] quitallas de unos y dallas a otros, y a quién daba más; esto el dicho de las gentes y no se dice nada en este mundo que no sea parte de ello, aunque no todo.73
Asimismo, en otro de sus escritos denuncia dicha venta de encomiendas:
Si aquel vino conmigo de España y a dos años que entró en la Tierra por qué tiene más mercedes que yo […] uno porque dio dineros tiene indios, otro que tuvo una mula gorda tiene indios, otro que tuvo esmeraldas tiene indios, yo que no las tuve no los tengo.74
A lo largo de este texto sobre el reparto de Guaynarima, tanto Loayza como La Gasca son acusados, en tono satírico, por la Justicia Terrenal de haberse dejado seducir por las riquezas y tentaciones de los territorios peruanos: «que justicia hace, que por oro y plata perdona tantos robos, tantas muertes y tantas maldades».75
Por su parte, Loayza habría obtenido no solo las mencionadas comisiones, sino también las encomiendas de María de Escobar. Esto es ilustrado por Medina en una caricatura en la que representa al arzobispo Jerónimo de Loayza arrodillado frente a La Gasca mientras este le concede, de manera ilegítima, una encomienda:77
[Pedro de La Gasca]: Obispo yo hos doy este repartimiento del Reino para que seáis aprovechado antes que lo lleve el diablo todo.
[Jerónimo de Loayza]: Yo beso las manos de vuestra señoría por las mercedes hechas.
[Pedro de La Gasca]: Yo lo porné todo del lodo, y el ánima mía y la de su Señoría irán como cuervos negros de esta vida/. Que para esto vine de España a poner del lodo a naturales y a proves [sic: pobres] y a güérfanos y no para haser bien nenguno si no fuese a traidores que han espantado la burra al que no a// querido seguir sus intereses y traisiones y maldades.
En la caricatura se aprecia a Loayza con la indumentaria eclesiástica negra de los dominicos. La Gasca, caracterizado con el bonete propio de su dignidad eclesiástica con el que frecuentemente ha sido retratado, sostiene con una mano lo que parece ser un rosario y con la otra un báculo, muestra de sus prerrogativas. Tal y como señala Medina: «un hombre en hábito de sacerdote y con cuentas en la mano».
En el diálogo, La Gasca alega haber sido engañado por el arzobispo Loayza para hacer estos negocios, con el objetivo de reponer el dinero utilizado de la real hacienda durante su jornada:
Dice que este obispo le engañó, que él ha sido causa de venderse los naturales en pública almoneda, porque dice que le dixo S. S. lo mucho que había gastado, y que le diese el repartimiento que el llevaríalo a Cuzco, y que diese de comer a hombres que le pudiesen dar mercedes y pagar lo que ha hecho por ellos, no a gente que no tiene de comer ni camisa.78
En varios de sus textos Medina no duda en cuestionar y censurar el método utilizado por el Pacificador, es decir, premiar a los traidores e ignorar a los leales:
Que ya sabes que cuando un muchacho es bellaco, no quiere allegarse a la madre por miedo que no lo azote, y para cogello dale un pedazo de pan. Así ha hecho el Presidente a estos honrados de estos vecinos que les ha dado pan y pasas y indios y cargos de justicia y mando sobre los leales.79
Incluso, contrapone los medios utilizados por La Gasca, con los del virrey Núñez de Vela quien, según el autor, era más justo y no habría tenido tan funesto final de haber dispuesto de un perdón general:
Dirá V. S. que ya ganó la victoria y que el virrey no supo lo que hizo por ser soberbio. Dale V. S. al virrey los poderes que trae, que perdona la muerte de mi padre, y la muerte de mi hermano, y el robo del otro, y el agravio que hicieron a otro, e injusticia a otro, y están buenos y libres, y comen y beben, y ricos que los hizo, y de esta manera se metieron debajo del estandarte. Que el pobre virrey quería castigarlo todo y dar premio a quien lo merecía.80
Este reproche es frecuente en los escritos de Medina quien, además, cuestiona el criterio del Pacificador al conceder las mercedes: «¿A dónde está tanto bueno que sirvió a S. M., muriendo por los arcabucos, huyendo noches y días porque había servido a S. M. como son obligados? ¿A dónde están estos robados de batallas sin pecar contra S. M.?».81
Ante dichas preguntas, La Gasca, a través de la pluma de Medina, trata de justificar su censurable comportamiento señalando que «por apaciguar la tierra lo hacía».82
A los que mataron y asolaron la tierra les da lo que quieren, y más de los que quieren. Si es por ello traerlos a la liga, yo vivo contento, más no me entra que tal sea, porque conozco del señor presidente que lo hace de poco ánimo y también por acabar el viaje por lo que le han de dar en España.84
Para Medina, esta sería la verdadera razón de la actuación de La Gasca:
¿Qué es esto gran presidente? ¿Cómo podéis servir a dos señores? uno la codicia de lo que os han de dar en España, otro al mundo que es vana gloria. Entrar a España con gloria de vencimiento y no mirar lo que toca al ánima y a la de S. M. […] Lo hace vuestra señoría por asentar la tierra y porque vuele la fama de V.S. por toda España y digan las gentes que ha puesto un reino en paz. En esto he mirado, he puesto mi juicio y parece que me ha encajado.85
Medina no se equivocaba. Tras su llegada a Sevilla, La Gasca sería recibido con los mayores honores y un año después, en 1551, recibiría la dignidad episcopal de Palencia, cargo que ocuparía hasta su muerte en 1567.86
A través del personaje de la Justicia terrenal, Medina llega a insinuar que incluso el gobierno de Gonzalo Pizarro habría sido más justo que el actual: «Pluguiera a Dios que no me engañara con los pasados, que mejor me trataban, aunque tiranos». Asimismo, alerta de sus nefastas y graves consecuencias, entre ellas una nueva insurrección:
En esta ciudad hay muchas gentes que apuestan que se ha de alzar la tierra, y lo dicen por las calles a gritos, y no hay castigo en ellos y no hay juez que lo defienda ni castigue, si no que todos desean la guerra, todos desean robar y disipar la tierra.87
Efectivamente, lo acaecido a orillas del río Apurímac sería el germen de diversos levantamientos, uno de ellos protagonizado por uno de los sospechosos de los motines del Cuzco tras la lectura del reparto, el citado Francisco Hernández Girón.88
Medina y el grupo encomendero
⌅Uno de los temas centrales en los escritos de Medina es la censura al grupo encomendero. Por un lado, Medina, no deja de recordar a la Corona de las peligrosas consecuencias políticas y militares de la actuación de La Gasca como el incremento del ya amplio poder de este grupo:
Vuestra señoría ha hecho un repartimiento malo y mal acordado y mal aconsejado y con gran cargo de conciencia y sin temor a Dios. Quitar la tierra a quien lo había servido y dar la tierra a traidores contra la corona real, dejar a tantos traidores en la tierra [...] que, si fuego había antes en poder de los traidores, más lo hay agora.92
Asimismo, Medina no duda en denunciar los delitos de varios beneficiarios de encomiendas. Este tema es central en un revelador diálogo alegórico, entre las principales ciudades del virreinato donde salen a relucir diversos encomenderos que a pesar de sus crímenes habrían conservado sus encomiendas, o, incluso, recibido una nueva. Así, la Ciudad de los Reyes se queja de Ana Suarez, viuda del secretario de Francisco Pizarro, Antonio Picado, encomendero de Huarochirí, y casada en segundas nupcias con Sebastián Sánchez de Merlo. Medina la acusa de ser espía pizarrista y haber recibido como regalo, por parte de Pedro de Puelles, las barbas del virrey Núñez de Vela tras su decapitación.93
La Ciudad, también se lamenta de que en ella vive Ana Cermeño, quien habría salido a celebrar la llegada de Pizarro exclamando «vivan los serranos que nos vienen a liberar», o la encomendera María de Escobar, una de las más manifiestas pizarristas e instigadora de la captura del virrey. A esta última, varios cronistas le adjudican un papel protagónico como inspiradora del alzamiento encomendero y coautora del secuestro del virrey Blasco Núñez de Vela, que culminó con su encierro en sus casas. Durante toda la rebelión, manifestó su completo apoyo a la causa de Gonzalo Pizarro, con quien mantenía una gran amistad, no temiendo declarar que «tenía el reino pacificado, por lo que todos lo querían y lo amaban, y que estaban muy bien con él».94
Otros habitantes de los que se lamenta son veteranos conquistadores como el encomendero Mancio Sierra de Leguizamo, a quien llama «traidor en la muerte y traidor en vida»; Juan Julio Ojeda «que siendo regidor desayunaba con Pizarro»; don Pedro de Cabrera, a quien tilda de «corsario en la tierra […] traidor en la cuna y malo en la leche»; o Tomás Vázquez, al que acusa de quedarse con su hacienda y la de Alonso de Toro.
Por su parte la Ciudad del Cuzco, se queja de encomenderos como ya citado capitán Garcilaso de la Vega indicando: «que con el bocado en la boca se arrepintió», haciendo referencia a su tardía incorporación al frente realista en la misma batalla de Xaquixaguana. No se libra tampoco Maldonado el rico, uno de los más conocidos y prósperos encomenderos, muy cercano al clan Pizarro y lugarteniente de Gonzalo en el Cuzco hasta su paso a filas realistas en 1547. Medina lo tacha de «traidor en la mocedad, traidor en la vejez», y lamenta que quedara con «indios, casa y descanso».
En el diálogo de Medina, otras ciudades, como Guamanga o Chuquiabo, también expresan su dolor por haber quedado pobladas por desleales por culpa de La Gasca. Incluso, Chuquiabo acusa al Cuzco de enviarle a esos vecinos: «Cuzco, tú me das estos vecinos […] aunque anduvieran a buscar tan mala gente, no se hallara, que mataron a un virrey y le bebieron la sangre […], quien no ha dejado de matar y robar quince años ha por tener indios». La ciudad acaba concluyendo que su mejor vecino sería don Martin de Guzmán, «aliviador de los sobacos y de los pies muy ligero»95
Finalmente, la Ciudad de Arequipa se lamenta de varios de sus habitantes como el encomendero Noguerol de Ulloa a quien acusa de ser un traidor y de que cuando le fue requerido servir al rey llegó tarde por estar favoreciendo a Pizarro y Francisco de Carvajal. Sin embargo, en lugar de un castigo, habría sido premiado con la encomienda de los Collaguas.96
Desafortunadamente, dados los límites del presente estudio, no podemos profundizar en el resto de personajes acusados en la obra de Medina. Pero, queremos enfatizar, que estarían algunos de los principales protagonistas del ámbito sociopolítico del virreinato.99
Alonso de Medina y la defensa de los naturales
⌅Un destacado rasgo de los tempranos escritos de Medina es su defensa de los naturales frente a los atropellos del grupo encomendero. Para el autor, los indígenas serían las mayores víctimas del desatinado reparto, ya que a ellos les correspondería pagar de manera indirecta el dinero dado para conseguir el repartimiento: «claro está que si yo doy lo que tengo por unos indios que tengo de entrar en ellos como un lobo hambriento, sin conciencia y sin ánima, diciendo buenos dineros me contasteis».100
Medina hace referencia a avariciosas encomenderas, que no dudan en maltratar a sus naturales para conseguir metales. Como señalamos anteriormente, consideramos que el autor aludiría a Ginesa Guillén, quien fue denunciada por perpetrar malos tratos a sus indígenas, algunos de los cuales incluso llegaron a suicidarse. Ginesa era esposa de Lope de Alarcón, uno de los fundadores de Arequipa y encomendero de los Ocoña y Arones. Tras su asesinato durante el conflicto pizarrista, Ginesa le sucedió como encomendera, hasta que La Gasca la despojó de sus repartimientos que fueron otorgados a Hernando de Ribera. Comenzó un largo pleito donde fue acusada de colaboracionismo pizarrista y malos tratos, siendo inculpada de azotar, emparedar e, incluso, quemar a varios de sus curacas. No obstante, en 1558, La Gasca ordenó restituirle sus repartimientos.101
También la dramática situación de los indígenas en el recién explotado Potosí forma parte de las denuncias de Medina que denuncia que La Gasca habría permitido que los encomenderos los usen allí de manera fraudulenta, algo prohibido por la legislación. Medina afirma que se les cortaría los cabellos para hacerlos pasar por yanaconas con el objetivo de enviarlos a Potosí y Carabaya.
El trabajo forzado en las minas habría sido permitido por gobernantes anteriores como Vaca de Castro, quien, según Medina, «echó a minas los naturales, en que fué causa que se murieron diez mill ánimas»103
Gran parte de estas denuncias están en el citado diálogo satírico entre ciudades del que reproducimos parte de lo dicho por Potosí:
Siendo yo agora la flor del reino por este metal que tengo en mi […] soy la que os mantengo de plata que es infierno; yo soy la que os robo los mantenimientos y vosotras morís de hambre; yo soy la que os harto vuestras codicias de mucha plata […] mantengo muchos bellacos y traidores y también hombres de bien y caballeros […] Envía el señor presidente a mandar que no se consienta que los naturales de lejos caminos estén en Potosí sacando plata, fuera de su natural, cayendo la mina sobrellos, tomándolos vivos de debaxo. […] que descobrí yo estas minas y eché este metal de mi para probes y huérfanas; veo que me lo toman las justicias y me lo sacan de mi poder y no dexan gozar dél a ningún probe. Veo que en mi Potosí se venden los naturales; veo que en mi asiento de Potosí se venden las anaconas; veo a los traidores que fueron con Carvajal y le ayudaron y favorescieron a matar cristianos y roballos y robar la tierra y destruilla. Véolos con minas, véolos con dineros, véolos leales por dar a tres mil pesos a Rojas, por dar tres mil pesos al licenciado Polo, por dar mil pesos al rey […] Yo, como asiento de Potosí, clamo y lloro que he visto ir el mundo de traidores con mucha plata y véolos ir por leales.104
Así, aunque los naturales habrían recibido con esperanza la llegada del religioso, sin embargo, este habría estado más interesado en congraciarse con los encomenderos y en aprovechar la tan necesaria mano de obra indígena en Potosí, que en su defensa.
Medina tilda a La Gasca de hipócrita y mal cristiano «que ha echado a perder el reino y lo ha destruido […] pensando las gentes que era cristiano y ha salido diablo, y que diablo, que los indios se espantan».105
Finalmente, Medina eleva un trágico lamento en nombre de los indígenas para recordar a La Gasca su obligación de protegerlos:
Óyenos, Señor Jesucristo que tu moriste por nosotros que el licenciado La Gasca nos vende en pública almoneda a quien da más por nosotros el que nos vende nos deja robados y disipados y el que nos compra con desquitar lo que dio no deja hijos ni mujeres ni nos dejan manta ni clavo.108
Respecto al indigenismo de Medina, no creemos que sea únicamente un sentimiento altruista el que le movía a realizar su defensa a los naturales, como han señalado otros autores en relación con un supuesto proto-criollismo.109
Esta aparente dicotomía se puede hallar en la obra de autores satíricos coloniales como Rosas de Oquendo y Del Valle Caviedes. Autores como Glen Kolb han querido encontrar en la obra de este último una «actitud anti-americanista» mientras que Costigan, por el contrario, conjetura que su poesía conllevaría «una base ideológica conservadora que refleja la clase dominante de la sociedad estatal española».110
Creemos que lo dicho serían aplicable a la obra de Medina y que, al igual que Rosas Oquendo y Del Valle Caviedes, su sátira mostraría la complejidad y contradicciones de la realidad colonial peruana. Del mismo modo, el enmarque de sus trabajos permitiría considerar un proceso de textualización que homologaría, satíricamente, la creación literaria con la vida del virreinato. Es así que su discurso con su cercanía al lenguaje del poder enmarcaría «los rumores y la risa crítica de la calle».113
A modo de conclusión
⌅Desconocemos que sucedió con Alonso de Medina. Si finalmente fue arrestado, llevado a galeras, expulsado de Perú o ahorcado. No sabemos tampoco si logró regresar a la que, seguramente, fuera su ciudad natal, Sevilla. Afortunadamente, parte de sus escritos no se perdieron, ya que fueron cuidadosamente guardados por La Gasca y llevados a España junto con otros importantes documentos pertenecientes a la rebelión pizarrista, como las propias misivas de Gonzalo Pizarro y sus aliados, algo, sin duda, a tener en consideración a la hora de abordar su obra. Es así como, a pesar de que, hasta el momento, sus textos han sido denostados por algunos autores, no podemos negar el indudable valor de unos manuscritos que escaparon a la censura de la época, aun conteniendo un gran número de insolentes ataques y acusaciones contra algunos de los personajes más influyentes del virreinato peruano.
Respecto al carácter satírico de la obra, en particular de los escritos anónimos, en la línea de lo señalado por Lasarte y Cabanillas para el espacio americano, creemos que sus rasgos, tanto estructurales como estilísticos y temáticos, permitirían incluirla en este género. En cuanto a su tipología, reiteramos la necesidad de repensar la clasificación dada por Pérez de Tudela, y seguida por el resto de los autores. Aunque Medina como participante en el contexto de la conquista estaba muy familiarizado con la economía de mercedes, no significa que debamos encuadrar sus manuscritos anónimos en el género petitorio. Asimismo, al igual que la sátira de Rosas su registro textual contendría diversos tipos discursivos lo que, para Lasarte, le permitiría aunar una variedad de códigos culturales normalmente polarizados.
Finalmente, la obra de Medina, al igual que la de los otros exponentes satíricos coloniales peruanos Rosas de Oquendo y Del Valle Caviedes, mostraría un fuerte carácter heteroglósico propio del género satírico, que permitiría al lector visualizar la compleja realidad del virreinato y los problemas del periodo, tales como las guerras entre conquistadores o el injusto reparto de Pedro de La Gasca que olvidó a un gran número de leales, como el mismo. En suma, con las cautelas necesarias, los manuscritos de Medina constituyen una valiosa fuente, única en su género, digna de tener en consideración a la hora de profundizar en este periodo. Asimismo, corresponderá a futuros investigadores explorar aspectos como su riqueza y particularidad formal, fruto, por otro lado, de la riqueza y particularidad del propio territorio peruano.